martes, 29 de junio de 2010

RECUERDOS QUE CABALGAN SOBRE UN VETUSTO CAÑON.

POr MSc. Ricardo Ferrer Aluija.

Los que vivimos en esta ciudad, siempre que buscamos una hermosa vista para fotografiar a los más pequeños de la casa acudimos a un lugar especial: el cañón del parque, del que varias generaciones de nueviteros conservan imágenes, en que, montados en la añeja arma disfrutan cual jinetes del más hermoso caballo.

En los terrenos donde se asentara en la primera mitad del siglo XIX la Plaza Mayor en 1919 se edificó nuestro Parque Central “Salvador Cisneros Betancourt” y aledaño a él frente a la majestuosa fachada de la Casa de Gobierno en 1926 se construyó un amplísima plazoleta denominada más tarde “Plazoleta de los Mártires”.

Cuando alrededor de 1918 se realizaban por los ferrocarriles trabajos de cortes en las alturas contiguas a la ensenada que sirvió a mediados de 1515 de asentamientos a la Villa de “Santa María del Puerto del Príncipe”, fueron hallados antiquísimos cañones que causaron gran curiosidad entre los nueviteros.

Al hurgar en el “baúl de los recuerdos”, y repasar lo instantes en que jugueteábamos sobre la emblemática pieza de artillería, recordamos que en uno de estos cañones fue desenterrado y transportado al patio del “Hotel Camagüey “, hoy sede del museo provincial “Ignacio Agramonte”, y allí está en sus jardines como reliquia histórica.

El otro cañón permaneció olvidado por algún tiempo, hasta que un antiguo vecino del barrio Pastelillo, dio cuenta a las autoridades de entonces. La preciada alma estaba cubierta de fango, sostenido por el tronco de un corpulento almácigo, entonces el ayuntamiento se interesó por traerlo y colocarlo frente a su sede.

La Cámara Municipal en 1927 votó el crédito de $500.00 para transportarlo, limpiarlo y colocarlo en digno lugar, aunque no tomó mucho interés ni se invirtió el presupuesto destinado para ese fin y el cañón permaneció olvidado.

Al finalizar la década de 1920 y a propósito de iniciarse los trabajos de la Carretera Nuevitas – Camagüey, llegaron al pueblo una grúa y un tractor, fue reunido el combustible necesario y el arma se trajo a la ciudad pero la alcaldía no hizo nada para cumplir lo acordado y este permaneció en condiciones deplorables.

No fue hasta la segunda mitad de la década de 30, que se aplicó el crédito: fue acondicionada la pieza y ubicada sobre una cureña de concreto. Allí permanece hasta nuestros días como un centinela mudo, contemplando el horizonte, cual guardián de la “Bahía del Guincho”, que da nombre a la ensenada que se divisa desde su privilegiada ubicación.

El llamativo cilindro de hierro, tiene tres metros de longitud, su menor diámetro exterior es de 30 centímetros en su parte frontal y el mayor de 20 centímetros en la trasera, en la parte superior o lomo”, exhibe en su área central la corona del imperio español y debajo las letras G y R, es significativa la inscripción con los números 40-0-5, a saber indicativos de su fecha de construcción.

He visto fotos que el implacable tiempo ha hecho amarillas y disfrutado de novísimos videos, pero en todos los casos, sonrisas de niños, no importa sus fechas de nacimiento, cabalgan con orgullo y satisfacción por la sensación experimentada sobre tan simbólico cañón.

Hoy, otros nacidos en esta villa, al noreste de la tierra de los tinajones, continúan con la tradición, y es difícil que para un buen recuerdo del cumpleaños de una infante no se camine por el viejo “San Fernando” hasta llegar al espacio citadino y dejar para la historia una inolvidable instantánea.

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