lunes, 28 de junio de 2010

LEGENDARIA REPOSTERÍA.

Por MSc. Ricardo Ferrer Aluija.

La elaboración de dulces es un arte muy extendido en el mundo y en nuestro país su consumo es ancestral, pero cobra singular fuerza con la colonización española, con las que llegan hasta aquí, prácticas y costumbres de elaboración de los más exquisitos confites.

Aunque desde la segunda mirad del siglo XIX existían cafeterías en la villa, ninguna se dedicaba a la venta de dulces; de allí que en la década de los noventa de ese siglo, la mulata “María Carolina”, quien había sido esclava de los Parry, contara con la mejor clientela y los mejores dulces elaborados por esa familia.

A las seis de la tarde de cada día, la abnegada mujer, con un tubular y el tablero repleto de variados y exquisitos dulces, se situaba en una importante esquina de la ciudad a la que acudían miembros de muchas familias para adquirir el esperado postre.

Con el sobrio pregón ofertaba el “pan de caraca”, muy gustado por los lugareños, muy deleitado para consumir junto al café con leche u otro jugo de fruta fresca. También era costumbre consumirlo tostado, lo que simulaba un exquisito discurso.

A partir de entonces se fue extendiendo por nuestro entorno la práctica de elaborar y comercializar la producción de dulces, creciendo su variedad al asumirse lo más degustado del consumo de este renglón a escala universal.

Mucho ha llovido desde los días que la diligente mulata “María Carolina Parry”, hacía de la venta de dulces un verdadero sentido de la vida a la vez que propiciaba un momento dulce y esperado al paladar de los lugareños.

Lo cierto es que cuando en nuestros días consumimos algunos de los más exquisitos postres, nos viene a la memoria la imagen de quien ha pasado a la historia junto a lo más autóctono de nuestra cultura alimentaria, vinculada siempre a las raíces de nuestra nacionalidad.

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