lunes, 28 de junio de 2010

DIMINUTO MANJAR.

Por MSc. Ricardo Ferrer Aluija.

La condición de ciudad costera hace que en nuestra población proliferen tradicionales platos que tienen su base fundamental en los productos del mar, ese es el caso de uno muy especial y de gran arraigo el pasado siglo: la exquisita manjúa.

La manjúa es un pequeño pececillo, abundante en las aguas de la bahía, semitransparente y su longitud aproximada promedio alcanza entre lo cinco y seis centímetros, mientras su diámetro en la parte más ancha apenas mide un centímetro.

Este exquisito y diminuto pez, acostumbra a elaborarse de varias maneras, pero la más usada es consumirlo frito, gustando que muestre un aspecto dorado, punto en el cual adquiere una broncaza textura, similar a la del chicharrón de puerco.

Varias décadas constituyó el “saladito” indispensable para acompañar los tragos del añejo ron que se expendía en nuestros hospedajes y bares, en lo que se ponía en la mesa junto al disfrutado juego de dominó.

Otra manera en que se ingirió por décadas este pececillo en las calles de la ciudad, fue en carritos de fritas que junto a los chicharrones de puerco, las mariquitas de plátano verde y el gustado churro era ofertado en cucuruchos las tostadas manjúas.

El marisco gusta consumirse también en tortilla de huevos; en “ salsa marinera ”, elaborada a base de los más gustados aliños y puré de tomate natural, aderezado con caldo de pescado y en arroz, propiciándoles un especial gusto.

Tal ha sido el arraigo de este plato en la ciudad, que para denominar a modo de dicharacho a una persona muy baja y delgada, acostumbra a decírseles: “tiene menos carne que una manjúa”.

El emblemático plato ha pasado a formar parte de nuestra emblemática tradición culinaria. Hoy muchos añoran saborear este “bocadillo especial”, mientras la mayoría se esfuerza por recuperar la bahía para que, como antaño, se manifieste en mayor medida a las muy codiciadas “manchas de manjúas”.

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