jueves, 18 de septiembre de 2014

PASADA PRÁCTICA PARA AHUYENTAR TORMENTAS.

Por Ricardo Ferrer Aluija. En la ciudad acostumbrados desde antaño a los vientos del nordeste, tienen existió desde tiempos ancestrales una práctica un tanto curiosa consistente en que cuando se ha producido una gran tormenta con muchos truenos, afirmaban que ello era debido a una deuda con la naturaleza y que por tanto habría que recompensarla con un remedio especial. Se decía siempre que las lluvias constituían un buen augurio pues se revertirían en abundantes cosechas y por tanto mejoraría la despensa con su reserva de alimentos frescos para consumir con preferencia en los vegetales, pero si estas se hacían acompañar de truenos, entonces se vería quebrantada la recolección y hasta se malograrían las posturas de aves dentro de sus huevos. Cuando comenzaba el llamado ¨ mal tiempo ¨ y empezaba a tronar, relampaguear y llover, las abuelitas corrían a tapar los espejos con las frazadas de taparse, cuya lana ¨ evitaban que el las lunas se reflejara el rayo. Acto seguido mandaban a la cama a los menores de la familia y junto a difusas oraciones aprendidas para esas ocasiones, ¨ colocaban en el patio un tibor – así se le llamaba a los bacines – y ¨ se quemara guano bendito ¨ para que cesara la tempestad. En tiempos pretéritos la preparación para las ¨ tormentas de inicios de mayo ¨ eran antecedidas por un tiempo de creación de condiciones que incluían poner a mano los fósforos y guano bendito seco del año anterior, se lavaban las frazadas de modo que estuvieran limpias para ser usadas y se destapian los tragantes de modo que el agua no se empozara en los lugares bajos y pudiera ser evacuadas. En la ciudad de Nuevitas aquellas tormentas acompañadas de grandes aguaceros eran trascendentes toda vez que el agua que bajaba por las empinadas calles de lomas en la ciudad, arrastraban tierra, piedras y cuanto objeto encontraran en su camino. Así aquellas prácticas pasadas, que apenas son recordadas por los que peinan canas, marcaron un momento de la impronta local, cargada de fantasías y creación en manos de aquel pueblo que rogaba por sus pescadores en los días que el mal tiempo se veía venir por la bahía.

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