viernes, 4 de enero de 2013

ARROLLANDO DESDE LA CUNA. Por MSc. Ricardo Ferrer Aluija. Una de estas apacibles noches de la ciudad, en las que se va sintiendo el entusiasmo de los coterráneos por la llegada de las fiestas carnavalescas, contemplé desde mi balcón el ensayo de una cubanísima conga que noche tras noche hace arrollar a los vecinos del lugar, pero lo curioso es que entre los que participan del convite, destacan niñas y niños que a penas con dos años dan muestra de verdadera destreza en tan complejo menester. En la conga junto a la insuperable percusión participan los que hacen salir del cencerro una tonalidad sonora inigualable que acompañada por la trompeta forman un contraste que nos lleva a la génesis de nuestra propia cultura en la que se entremezclan el tambor africano y la gaita llegada desde la Península Ibérica. Desde media tarde los tambores son puestos al sol para tensar el cuero, en tanto los que tienen la responsabilidad de hacerlos sonar prueban constantemente el sonido hasta comprobar que está a punto para el ensayo nocturno. Pero ya aquel sonido cobra vida desde la tarde y no cesa hasta que culmina aquella cabalgata de bailes y colores. Una pequeña niña se adelanta y con una faldita rizada, mueve su cintura con tal destreza que uno no sabe si prestar más atención a sus movimientos corporales o a la hábil manera de ir marcando los pasos del baile con los pies en el pavimento. Cuando más ¨ encendido ¨ está al singular toque, se suman personas de diferentes edades y se produce la magia del goce por el arrollar con la conga. Muchos corean el estribillo y el sudor cubre los cuerpos de los que bailan tras la conga, pero nadie renuncia al empeño de vivir la inigualable experiencia. Ahora me vienen a la mente los ancestros: aquellos africanos que fueron traídos como esclavos y se les permitía en fechas especiales salir al Camino Real a danzar con toques muy parecidos a los que hoy hacen de nosotros verdaderos portadores de cultura popular tradicional, del aquella insigne conga nuevitera de la familia ¨ Villegas ¨ que enfrentadas a sus similares de Camagüey alcanzaron el lugar cimero y con el también la fama y mil colores que hacen del ropaje de ocasión un verdadero cómplice del espectáculo. Ahora, cuando es inminente la llegada del carnaval y la conga de mi barrio se apresta a probar habilidades frente a sus similares, el contagioso sonido de los tambores, el cencerro y la trompeta recuerdan que somos un producto especial que nos hace ser quienes somos y no otros. Somos los que trabajamos y disfrutamos cuando arrollamos tras el pegajoso ritmo de nuestras familiares congas.

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