lunes, 28 de junio de 2010

PRIMEROS HIDRANTES.

Por MSc. Ricardo Ferrer Aluija

Desde la primera mitad del siglo XIX, los lugareños y las autoridades locales, se empeñaron en crear las mejores condiciones para enfrentar los incendios, que aunque esporádicos, se producían en la ciudad, pero siempre el principal reto lo constituyó acercar la fuente de abasto de agua al posible lugar del siniestro, pues entonces, no existían los conductos de agua para el servicio de incendio conocidos como: hidrantes.

A finales de ese siglo, el principal reservorio de agua dulce, lo constituía un aljibe de inmensas proporciones que le hizo granjear el nombre de “aljibe grande”, pero como debemos suponer, en tiempos de sequía, menguaba la cantidad de agua que el era capaz de mantener. De allí, además del agua de mar, se nutrían los que intentaban sofocar un incendio.

Entonces el agua era trasladada en pipas o barriles, en carruajes tirados por caballos, hasta que llegaron los primeros trenes, que en grandes tanques hacían llegar hasta aquí el agua que brotaba de riquísimos manantiales en zonas del “Central Lugareño”, pero siempre era algo inoperante el traslado del agua desde el ferrocarril hasta el lugar del fuego.

En 1952 se iniciaron las obras para el primer acueducto de la ciudad y el 1953 se puso en funcionamiento la muy solicitada obra y con ella se replanteó el asunto y el ayuntamiento colocó el financiamiento necesario con el que fueron adquiridos medio centenar de “hidrantes” en una compañía de “Alabama” en estados unidos y colocados en los puntos vitales de la ciudad.

Aun, cual testigos de aquel tiempo, se conservan algunas de estas conexiones metálicas, que desde entonces, trajeron la posibilidad de conectar a ellos mangueras con diferentes tamaños de acoples, lo que permitió alcanzar una mayor eficiencia en el enfrentamiento a los incendios urbanos.

Estos aditamentos que sirven de conductores de agua, fueron colocados en las más céntricas esquinas de la ciudad, priorizando siempre las calles más populosas, de mayor nivel de construcciones y por tanto más proclives a la incidencia de incendios, lo que hizo aparecer estos guardianes en el entorno urbano.

Significativos fueron los colocados en las calles “José Martí”, “Ignacio Agramante”, “Calixto García”, “Máximo Gómez”, “Augusto Arango” y “Oscar Primelles”, muchos de los cuales aun se encuentran aptos para cumplir la función para la que fueron colocados en la lejana década de lo 50 del pasado siglo XX.

Ahora, cuando ganamos conciencia en la necesidad de prevenir los incendios contamos con las más novedosas técnicas para sofocar estos siniestros, miramos con admiración aquellos “hidrantes” que sin dudas fueron un buen empeño para defender a los coterráneos de las secuelas de tan peligroso fenómeno: el fuego.

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