lunes, 28 de junio de 2010

ANTIGUO COMO LA CIUDAD.

Por MSc. Ricardo Ferrer Aluija.

El asentamiento inicial de la Villa de San Fernando de nuevitas, se remonta al inicio del siglo XIX, y tan antiguo como la ciudad son algunos de sus más representativos barrios, entre los que por su singularidad sobresale el de Canta Rana.

Ubicado junto al litoral, este cubre una superficie de seis manzanas e igual cantidad de cuadras que muestran fachadas cuyos fondos colindan con el borde marino que baña la mayoría de los sótanos que tradicionalmente han servido a los pescadores para varar sus barcos y cobijar sus artes de pesca.

Desde sus inicios, este barrio se caracterizó por mostrar elementos identitarios que siempre hicieron que sus vecinos le tributaran un alto sentido de pertenencia: el juego de dominó, la cultura marinera, la solidaridad y el quehacer laborioso imprimió siempre un sello especial a este conglomerado humano.

Costumbre llegada hasta nuestros días, es el placentero descanso de sus vecinos en los cómodos balances, que en atardeceres llenan sus portales y hacen que allí, mejor que en ningún otro lugar, se deleite la brisa marina, testigo de tertulias que se extienden hasta altas horas de la noche.

Común y familiar ha resultado ver las redes de pescar que tendidas entre los horcones en que descansan los techos de los portales, puestas allí, tal adorno impar, tienen el propósito de permitir su perfecto secado por el ardiente sol que baña estas calles.

Con cariño recuerdan sus pobladores los juegos de pelota contra los barrios vecinos como “La Lata”, “La Loma” y “Pastelillo”, que disputados en su mayoría en los terrenos de “El Guaso”, hacían de cada tiempo de descanso un sano esparcimiento en que participaban la mayoría de sus vecinos.

Lugares destacados de este barrio los fueron: los desaparecidos “Hotel Miramar”, donde hoy se encuentra el parque “Céspedes”; el tostadero de café , la procesadora de henequén , la tenería y la farmacia “La Esperanza”, “única en Canta Rana” y la Capilla de “Nuestra Señora del Carmen”, que se conserva esplendorosa después de su restauración.

Con orgullo, muchos de sus ancestrales moradores exclamaban:” yo soy de Canta Rana, donde canta la rana” y ocurre que por esta zona proliferaba el frío anfibio que se convertía como hoy en temor de muchas de las damas que allí vivían, pero lo cierto es que el barrio citadino dejó su impronta en varias generaciones de lugareños que lo recuerdan con justificada nostalgia.

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